sábado, 21 de noviembre de 2015

Primero vino el fuego, el árbol que ardía, la floresta incendiada que aquellos hombres monos mirarían pasmados. Luego la quemadura y el grito: hubo una conjunción momentánea y milagrosa; apenas el fuego y la piel se separaron nació todo relato y cada mínima leyenda. Hablo del origen, de la vegetación de piel húmeda. De la selva sudorosa y tranquila. El trueno metálico, la madera elemental. Era el tiempo en que nacían los lenguajes cuando el mito rodó por los fogones. De la tribu sentada junto al fuego, como ahora nosotros. Del grito de la horda, del sonido áspero, de la piedra contra la piedra ablandándose, haciéndose lenguaje, sometiéndose a la lenta presión de la gramática. La especie hacia pie sobre la roca viva, los días eran cortados a cuchillo, la noche apenas duraba. Las cavernas se poblaron de alfareros, entre griegos nacía la imperfecta redondez de la cerámica. y el primer relato: "yo hice esto". "Yo lo fabriqué", "contiene el agua". Las palabras viajaron cambiando las formas, inventando las costumbres, adaptándose a la torre y al arado. Los metales temblaron. Alguien saludó a alguien, alguien dijo que tuvo miedo esa noche. El viaje, el peligro, el trueno, se hicieron relato, anticipando la Illíada y la radio. Por eso es que a veces nos callamos frente al fuego, reavivando fogones ancestrales, evocando esa memoria de la especie, donde duermen vigilantes las abuelas tejedoras. Leonardo Moledo

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